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Web Cam Ordinary Days

Video Instalación / Biblioteca de Santiago, 2005

Dv Loop

TRT: 4:32 min.

Esta obra consta de dos etapas. La primera es el seguimiento cotidiano de una mujer chilena de 24 años llamada Natalia Vargas al interior de su hogar, cuyas acciones son registradas y transmitidas en vivo al ordenador del artista por cinco cámaras web. La segunda es el montaje de una video-instalación realizada a partir de las imágenes recolectadas de las actividades cotidianas de Natalia.

En la primera instancia de la obra, el pliegue de lo cotidiano se transforma en escena “pública” y esto no ocurre por la salida del cuerpo hacia algún “afuera”, sino por el contrario, se debe a la penetración del ojo absoluto del dispositivo técnico que ya no deja espacios de sombra para el reducto íntimo del sujeto. Lo íntimo, entendido como aquel espacio/tiempo donde el sujeto podía sustraerse a la mirada omnividente del dispositivo de poder se ha vuelto imposible. Aquello que el sujeto hacía para sí mismo, el lugar donde descubría su propia opacidad, ahora no es más que una performance siempre diseñada para otro. De esta manera, las cinco cámaras instaladas en la casa de Natalia extienden el poder de captura, en la medida en que en el lugar del voyerista (ocupado en esta primera instancia por el artista) siempre existe la ilusión del poder que posee aquel que mira sin ser visto. Las cámaras en las piezas, en el baño, en los rincones de la casa, son objetos técnicos cuya labor ya no es capturar a distancia, sino penetrar. Las cámaras capturan cuando penetran. Penetran el hogar, pero también penetran el cuerpo, en la medida en que sus acciones y pulsiones están ahora determinadas por una nueva finalidad que no es otra que la exhibición. Aquello que era “cerrado”, el reclusorio burgués de lo privado, ahora se ha tornado “abierto”. Aquello que era lo previo a la mirada (el aseo, el maquillaje, el vestirse, etcétera) se ha convertido en material de la mirada pública. Devenir “abierto” es el sueño secreto de todo lo “cerrado”. El deseo del Otro es siempre el lugar donde apunta la brújula de nuestro propio deseo. Mirar y ser mirado, desear y ser deseado es la nueva utopía que nos promete la virtualización del cuerpo, a partir de las nuevas redes virtuales que se infiltran en el núcleo de nuestros secretos. Como señala Gerard Wajcman: “El hombre mutante es también el nacimiento del hombre sin sombra (…) Los sujetos se encuentran frente a los poderes de la transparencia, poderes oscurantistas de la luz totalitaria” .

El problema de los roles de género es un elemento relevante en esta obra. La mirada activa es masculina. El que ve sin ser visto es el artista y, aquella que es mirada es la mujer. Su cuerpo toma indefectiblemente el lugar del objeto de deseo. Su rol se vuelve explícito en la construcción de la obra, a saber, el objeto de deseo femenino que, como ha insistido el psicoanálisis, viene a sostener la herida constitutiva del sujeto masculino. Sin embargo, ese lugar le otorga su propio poder. Ella se vuelve indispensable, gobierna pasivamente el ojo y el deseo del Otro. Sabiendo que es vista toma decisiones, pone en espera, y muestra la fragilidad del binomio que distingue entre lo activo y lo pasivo. La potencia de la mirada sucumbe ante el poder pasivo de lo mirado. En este sentido, la mirada dominante muestra su límite, si su objeto se sustrae o, si se oculta aquello que sostiene la ilusión de su poder, su existencia pierde sentido y su potencia gira en el vacío.

En el segundo momento de esta obra, el material crudo registrado por las cámaras pasa por el trabajo de edición y se transmuta en “obra”. El artista parece recuperar momentáneamente su poder. Toma decisiones, corta, cercena, fragmenta, pega, compone, reconstruye. Pero esa auctoritas es solo momentánea. En tanto que el destino final de esta composición de imágenes, transformadas en videoarte, es la exhibición estética, el artista debe renunciar nuevamente a su poder. Revela sus secretos, la forma de su deseo queda expuesta a las miradas otros espectadores. Ya no podrá ver sin ser visto. La producción de su obra le exige la renuncia de su de su lugar de privilegio. La red del dispositivo técnico también lo penetra. Abre el cascarón de su subjetividad exhibiendo pública y estéticamente la estructura de su goce, cuya forma contemporánea es indistinguible del nuevo mundo simbólico constituido por el lenguaje de la virtualidad.

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